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jueves, 8 de diciembre de 2011

Ese no soy yo

Jonathan era un hombre de naturaleza amable y su vida discurría entre su trabajo y su familia. Sus vecinos le tenían un particular cariño y casi todo aquel que le conocía le tenía por un buen tipo. Tranquilo, trabajador, un buen ejemplo para la comunidad. El 25 de enero de 1992 Jonathan llegó a su casa, y como era su costumbre estacionó su coche en frente de su casa. Luego de tomar sus cosas y asegurar el vehículo se dirigió con paso tranquilo a su hogar. Una sonrisa enamorada se dibujó en su rostro al llegar a la puerta, tras ella se hallaba lo que el más amaba en el mundo, por lo que abrió la puerta esperando la habitual bienvenida de los suyos. El silencio al ingresar en la vivienda le cayó como un balde de agua fría. No era habitual. Sus hijos eran pequeños y alborotadores y siempre hacían ruido cuando él llegaba. Sus sentidos se alertaron cuando de la cocina le llegó apagado un suave sollozo. Sintió un nudo en el estómago, algo no iba bien. Apurando el paso se acercó hasta el sitio desde donde provenía el ahogado sonido. Al ingresar sintió que su corazón se detenía y su respiración se atoraba en su garganta. En el piso, no muy lejos de la cocina, su mujer se encontraba degollada, la sangre bañaba sus ropas y formaban un grotesco patrón a su alrededor, sus ojos abiertos en sorpresa miraban al infinito, no mucho mas allá de ella pudo distinguir a Joaquín, su hijo menor, caído en medio de un charco de oscuro líquido, y en un rincón pudo ver a su niña, sosteniendo su pecho con manos ensangrentadas, la niña ya apenas podía mantener sus ojos abiertos y respiraba con dificultad. Presuroso fue hacia ella, quien le miró con  una mirada extraviada. -papá…-susurró en agonía- él aún está aquí…-su voz fue perdiéndose y pronto su corazón también dejó de latir. Una sombra a su izquierda le hizo incorporarse justo a tiempo de esquivar el cuchillazo. La pelea fue encarnizada, la adrenalina y el odio le dieron la fuerza que no tenía y en poco tiempo abatió a su atacante. No obstante luego de aquella hazaña el mundo se desdibujó a su alrededor y la inconsciencia le abrió los brazos. Despertó días más tarde esposado a una cama de hospital. Acusado de asesinar a su familia. Asesinato e intento de asesinato, alguien había sobrevivido a la trágica noche y le acusaba sin más. El juicio fue rápido y la sentencia devastadora. Nadie quiso oírlo, nadie creyó cuando durante el juicio él alegó que no era él. Que él no era él. El 31 de Julio del 2002, Jonathan transitaba el pasillo que lo llevaría al patíbulo, un sacerdote iba acompañándole mientras era escoltado por dos guardias. Al llegar al sitio de ejecución fue sujeto a la camilla y pronto conectado al sistema de agujas y cánulas que le llevarían a su fin. Segundos antes de perder la conciencia pudo ver por el rabillo del ojo a quienes presenciaban su ejecución, y allí en primer plano, sonriendo malignamente, pudo reconocer su propio rostro.

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